Smith Pasión para las Almas

Smith Pasión para las Almas es un libro de 13 capítulos sobre cómo debemos tener energía y compasión por las almas perdidas y hacer todo por ganarlas.

PASIÓN POR LAS ALMAS
Oswald J. Smith

Traducción: Ruby A. Krieger de Nunn

Índice de Smith Pasión por las Almas

Prefacio por Billy Graham
1. La derrota de Satanás
2. El leñador intrépido
3. ¿Es la evangelización del mundo la tarea supremade la iglesia?
4. ¿Por qué escuchar el evangelio dos veces antes que todos lo hayan escuchado una vez?
5. ¿Retornará Cristo antes que el mundo haya sido evangelizado?
6. ¿Nos atreveremos a ignorar el desafío de la tarea inconclusa?
7. ¿Por qué ha fracasado la iglesia en la evangelizacióndel mundo?
8. ¿Por qué debemos ofrendar para las misiones?
9. La necesidad actual
10. Evangelización: la respuesta divina a un mundoque gime
11. Dios manifiesta su poder en los avivamientos
12. Resultados perdurables de la evangelizacióny el avivamiento
13. Cómo podemos tener un avivamiento hoy
Tabla de aportes

Más sobre el Evangelismo

Extracto del Libro

La derrota de Satanás

BIEN. ¿QUÉ NOTICIAS HAY? —preguntó Satanás, levantando la cabeza con una expresión de
interrogación en su rostro.

—¡Espléndidas, las mejores posibles! —respondió el príncipe de los demonios de Alaska, quien
acababa de entrar.

—¿Ha oído ya alguno de los esquimales? —preguntó el jefe con ansias, fijando la vista en el ángel
caído.

—¡Ni uno! —contestó el príncipe, haciendo una reverencia. —¡Ni uno solo! Yo me cuidé en ese
sentido—, continuó, como si se gloriase de una reciente victoria.

—¿Hubo algún intento? —preguntó su señor en tono autoritario— ¿Ha hecho alguien la tentativa
de entrar?

—¡Por cierto que sí, pero sus esfuerzos fueron frustrados antes de que pudieran aprender una
palabra del idioma! —respondió el príncipe con una nota de triunfo en su voz.

—¿Cómo fue? Cuénteme todo.

Satanás ya prestaba mucha atención.

—Bien —comenzó el príncipe—, me hallaba en mis dominios, habiendo llegado bien dentro del
círculo ártico con el propósito de visitar a una de las tribus más aisladas, cuando de repente, me quedé
asombrado al oír que se hallaban en camino hacia allí —desde el otro lado del mar— dos misioneros,
que ya habían desembarcado, y que con sus trineos y perros se encontraban en el corazón de mi reino,
Alaska, y se dirigían hacia una numerosa tribu de esquimales, justamente dentro del círculo ártico.

—¿Ah, sí? ¿Y qué hizo? —interrumpió Satanás, impaciente por oír el final del relato.

—Ante todo, llamé a las huestes de las tinieblas que obran bajo mis órdenes, y tuve con ellas una
reunión. Se hicieron muchas sugerencias, pero finalmente nos pusimos de acuerdo en que lo más fácil
era hacerlos morir congelados. Sabiendo que aquel día partían hacia la distante tribu y que,
probablemente, necesitarían todo un mes para cruzar las extensiones de los campos helados que los
separaban de ella, enseguida empezamos las operaciones. Con corazones ardientes para anunciar su
Mensaje, comenzaron ellos el viaje. Valientemente, aunque con mucha dificultad, siguieron el camino
sobre el hielo. Pero después de haber marchado por una semana, repentinamente, el trineo que llevaba
la comida llegó a una capa delgada de hielo que se quebró bajo su peso, y tanto el transporte como las
provisiones se perdieron. Agobiados y cansados, los misioneros siguieron adelante con determinación,
pero pronto se dieron cuenta de que se hallaban en una posición desesperada, a más de tres semanas del
lugar que se proponían alcanzar. Desconocían por completo esas regiones, y nada pudieron hacer para
remediar su situación. Finalmente, cuando el alimento les faltó, y ya estaban agotados físicamente, di
órdenes, y en corto tiempo se levantó un viento huracanado: la nieve caía como una ventisca que
enceguecía, y antes del alba, gracias al hecho de que usted, mi señor, es el príncipe de las potestades
del aire, ya habían sucumbido y muerto congelados.

—¡Excelente! ¡Espléndido! Me ha rendido un buen servicio —aprobó el querubín caído, con una
expresión de satisfacción en su rostro que una vez fuera hermoso.

—¿Y qué tiene usted para informar? —continuó, dirigiéndose al príncipe del Tibet que había
escuchado la conversación con evidente satisfacción.

—Yo también tengo algo que llenará de gozo a su Majestad —contestó el aludido

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